El tapir de montaña (Tapirus pinchaque), también conocido como tapir andino, es la más pequeña de las tres especies de tapires. Los adultos suelen medir entre 180 y 220 centímetros de longitud, sin contar la cola, que es muy corta. Miden entre 70 y 90 centímetros a la altura del hombro y pesan entre 150 y 250 kilogramos. La danta de montaña tiene un cuerpo robusto en forma de tonel, patas cortas y un característico hocico prensil que le ayuda a agarrar y manipular la vegetación. Su pelaje suele ser marrón oscuro o marrón grisáceo, con la parte inferior más clara.
Hábitats y distribución
El tapir de montaña se encuentra en la cordillera de los Andes, desde el norte de Colombia y Ecuador hasta el norte de Perú. Habita en bosques nubosos, praderas de páramo y bosques montanos a altitudes comprendidas entre los 2.000 y los 4.300 metros sobre el nivel del mar.
Comportamiento y reproducción
Los tapires de montaña suelen ser solitarios y nocturnos, aunque también pueden estar activos durante el día en zonas tranquilas. Tienen territorios bien definidos marcados por la orina y las heces. La reproducción puede tener lugar durante todo el año, con un periodo de gestación de unos 13 meses. Normalmente nace una sola cría, que permanece con su madre hasta un año.
Dieta
Herbívoro, se alimenta principalmente de hojas, frutos y hierbas.
Colores
Marrón oscuro, grisáceo, marrón, parte inferior más clara
Datos curiosos
Los tapires de montaña tienen una nariz prensil que actúa como una quinta extremidad, lo que les permite agarrar y tirar de la vegetación.
Son excelentes escaladores y pueden navegar por terrenos montañosos escarpados y abruptos.
Su hábitat natural suelen ser bosques nubosos y praderas de gran altitud, donde están adaptados a temperaturas más frías.
Los tapires de montaña son animales solitarios y conocidos por su naturaleza esquiva, lo que dificulta su observación en libertad.
Estado y esfuerzos de conservación
El tapir de montaña está clasificado como En Peligro en la Lista Roja de la UICN. Las principales amenazas son la destrucción de su hábitat debido a la expansión agrícola, la tala y la minería, así como la caza. Los esfuerzos de conservación se centran en la protección del hábitat, el establecimiento de zonas protegidas y la creación de corredores para conectar hábitats fragmentados. También se trabaja con las comunidades locales para promover prácticas sostenibles de uso de la tierra y aumentar la concienciación sobre la difícil situación de la especie.